domingo, 20 de noviembre de 2016

CHINAMECA. LEYENDAS, MITOS, Y SUSTOS...
En esta sección se recoge el pensamiento de la gente del pueblo, su imaginación, sus relatos verbales, las historias que han sido contadas de generación en generación.)
Leyenda: relato de carácter imaginario en lo que los hechos históricos están deformados por la mente popular o la invención poética.
Mito: relato alegórico basado en una generalidad histórica, filosófica o física; cosa que no tiene realidad concreta.
Susto: impresión repentina de miedo causado por algo inesperado.
LA CHANCHA BRUJA
Cleofás vivía a la salida del cantón La Montañita, era un hombre enamoradísimo, capaz de conquistar a cualquier mujer que se la atravesara por el camino, por enojada que fuera la mujer él siempre lograba convencerla con su vocabulario florido, convincente, melodioso y picaresco; púes había leído varias veces la historia de Don Juan Tenorio y la Leyenda de Cupido, lo que le facilitaba convencer a cualquier mujer.
Cierto día conoció a Elisa, una jovencita que creció en una familia que practicaba brujerías; pero que Cleofás, en su afán de conquistarla, no preguntó por su descendencia, por su pasado y de inmediato se casó con ella sin conocerla.
A la semana de haberse casado, los amigos de su barriada le contaron que se habías casado con una bruja y él les contestaba que lo hacían por envidia, ya que la jovencita era bien bonita y cariñosa.
Elisa siempre salía a hacer sus mandados, a veces de día y a veces de noche; tanto salir hizo sentirse celoso a Cleofás, y sospechaba que ella lo engañaba.
Para evitar que su mujer saliera, Cleofás le contaba que andaba saliendo una chancha embrujada, y que era una bulla en la ciudad de que una chancha andaba saliendo en las quebradas y en las calles de la ciudad; pero más que todo era por las noches.
Pero un día, él preparó el machete, lo afiló, le echó ajo y cebolla y salió; al rato de tanto caminar por las cuestas del Choyo, vio de lejos a la chancha, la que al verlo, corrió y lo atacó, tirándosele encima y lanzándole grandes mordidas; Cleofás sacó su machete y le aventó varios machetazos, lográndole acertar varias heridas, arrancándole la oreja y dejándola tirada en el suelo.
Al día siguiente se acercó a la cama de Elisa y la vio toda herida, sin oreja.
Esto lo convenció, que sus amigos le habían dicho la verdad, de que con la mujer que se había casado, era bruja y que se convertía en chancha, desde entonces, Cleofás ya no anda mujereando ,y ahora respeta a todas las mujeres del pueblo.
LA MUÑECA EMBRUJADA
Era un día domingo, cuando el señor Eustaquio madrugó a sabanear el ganado que tenía en El Platanar y en Tangolona; en esa fecha se pagaban cincuenta centavos de colón por cabeza; los dueños del ganado, cada domingo les llevaban sal para sabanearlos y le quitaban las garrapatas.
Ese día domingo, Eustaquio dejó solos a sus dos hijitos (una niña de apenas cinco años y un varoncito de tres). Cerró la puerta y le puso candado por fuera; pues vivía solo con los niños y no tenia quien se los cuidara.
La casa era grande, de bajareque y lodo, y su techo de madera y tejas de barro; la casa inmediata estaba a setenta y cinco metros de distancia.
Eustaquio se marchó, dejándoles la alimentación que consistía en dos tortillas de maicillo, frijoles salcochados y dos huevos de gallina india.
Los niños se quedaron dormidos, pues estaban desvelados, ya que su papá había madrugado desde las dos de la mañana (en ese tiempo para llegar al Platanar y Tangolona, se iban por el camino antiguo de San Miguel, por el lugar conocido como La Periquera.).
Como a las diez de la mañana se despertaron, comieron y se pusieron a jugar, resultando que uno de ellos ganó el juego y el otro comenzó a pelear por haber perdido.
A las doce del día, sintieron algo que hacia ruido en el techo y volvieron a ver para atrás y de momento observaron que en la viga de la casa estaba una muñeca como de un metro de alta, las cejitas anchas pintadas de negro, cara rosada y bonita como de ángel, labios gruesos pintados de rojo, cabello largo con trenzas, se reía a carcajadas sin despegarles la vista penetrante y serena, se movía como que estaba bailando.
Al ver esto, los dos niños comenzaron a llorar y a gritarle a la señora que vivía en la casa más cercana, entre mas lloraban, veían que la muñeca se les iba acercando más y más, esto hacia que los niños lloraran y gritaran más fuerte, angustiados, desesperados y aterrorizados.
Al fin llegó la vecina y no podía quietar el candado de la puerta, recogió una piedra y golpeó el candado hasta que lo abrió, entró y vio los niños que le señalaban hacia la viga donde estaba la muñeca; pero ésta ya había desaparecido.
Cuando llegó Eustaquio le contaron todo; pues los niños no paraban de llorar, hasta que los llevaron a la iglesia a visitar al sacerdote del pueblo y les puso la cuerda de San Francisco para curarlos del mal, recomendándoles rezar el Padre Nuestro todos los días y que asistan a misa por lo menos los domingos; a Eustaquio le recomendó no dejar solos a los niños porque éstos pueden ser jugados por el ángel del mal.
Desde entonces, nadie del pueblo deja solo a sus niños.
LA MUJER QUE SE CONVERTÍA EN CHANCHA
En las faldas del cantón Las Mesas, vivía un señor que se llamaba Firunfio, era agricultor y sembraba piñas de azucarón.
Cerca del piñal, vivía doña Damaza, que era una señora que le tenía envidia a firunfio.
Damaza era bruja y se convertía en una hermosa chancha por las noches.
Damaza, a las 12 de la noche, daba tres vueltas a la derecha y tres vueltas a la izquierda alrededor de su casa y en la última vuelta, se detenía en una esquina y rascaba con sus largas y filosas uñas al pie de un horcón, y en el hoyo que hacía, vomitaba el espíritu y lo guardaba en un pañuelo de seda nuevecito color negro.
Este ritual la convertía en chancha y así se dirigía al piñal, donde con su gran hocico, escarbaba las matas, destruyendo gran parte del piñal y dejando en quiebra a Firunfio.
Otro día firunfio se levantaba temprano a ver su piñal, encontrando la mayor parte destruido, habían escarbado por todas partes y las piñas mordidas por un animal furioso. Firunfio, se puso a pensar que no era otra persona más que Damaza.
Firunfio también era brujo y dijo: esta noche me la paga Damaza; y a media noche cuando calculó que le chancha ya iba llegando, él se convirtió en un gran perro que al nomás ver llegar la chancha la atacó, teniendo un pleito feroz, a muerte; resultando la chancha con grandes mordidas.
Otro día Firunfio visitó a Damaza y la encontró en la cama con grandes arañones y mordidas en la cara, cabeza y otras partes del cuerpo.
Poco duró el tiempo en que Damaza dejó de ir a destrozar el piñal; púes al aliviarse de las mordeduras del perro, Damaza volvió a hacer lo mismo y esta vez, Firunfio si la fregó; pues calculó la hora en que Damaza se convertía en chancha y vigiló en donde dejaba el espíritu; y cuando Damaza se convirtió en chancha y salió directamente al piñal, don Firunfio se acercó a la esquina de la casa y tomó el espíritu de Damaza y lo arrojó al fuego ;cuando Damaza regresó antes de las dos de la mañana, y buscó su espíritu, no lo encontró y daba vueltas y vueltas alrededor de la casa y cuando ya era casi de día, salió convertida en chancha para toda la vida.
Y dicen que a media noche anda rondando la ciudad y sus alrededores y que le sale a los trasnochadores y vagabundos.
LA CULEBRA ZUMBADORA
Cuentan que hace ya varios años, para ser más exacto en el siglo pasado, en los suburbios del barrio de San Juan, vivía un joven humilde, apartado de los grupos de muchachos de su edad debido a la crianza que le había dado su madre, razón por la cual lo molestaba la plebe y que por debilucho le apodaban El Peche.
Un día ese joven se fue a acarrear leña al cerro El Pacayal, y en el polvoriento camino se le apareció una culebra zumbadora, que levantaba la cabeza y abría la boca sacando la lengua, amenazándolo en morder.
El joven no tuvo más tiempo que cortar una varita de cincuenta centímetros de la madera conocida como chaperno, por ser la más resistente; la culebra al ver esto se corrió y el joven la siguió hasta cansarla, cuando la culebra ya estaba cansada, metió la cabeza en una cueva y comenzó a dar riendazos, los que el joven se defendía con el pedazo de garrote que había cortado; al fin la culebra se cansó al no poder vencer al joven y la culebra sacó la cabeza y vomitó una piedrita bien fina color verde, la que el joven recogió y la envolvió en un pañuelo nuevo de tela de ángel que andaba en la bolsa del pantalón; guardó la piedrita bien envuelta y la metió en la cartera.
La culebra se retiró al nomás echar la piedra, y el joven continuó su camino; ya en la tarde regresó a su casa y en el camino le salieron siete hombres bien armados y lo quisieron golpear.
Pero cuál fue la sorpresa, el joven opuso resistencia y se peleó con todos ellos, dándoles una buena tunda y amarrándolos a todos en el tronco de un árbol que estaba cerca y se retiró a su casa.
Otro día, cuando la gente se dio cuenta de lo sucedido, se quedaban atónitos al saber que el joven mas debilucho del pueblo se había convertido en un hombre que todo mundo lo respetaba por su fuerza y poder para pelear con bastantes individuos y vencerlos.
Desde entonces se volvió guardián de la ciudad y defensor de los más débiles.
LAS LUCES ENCANTADAS
Cuenta Andrés ,que hace ya algún tiempo, las calles de Chinameca eran empedradas y algunas eran de pura tierra, la gente salía a cortar café en tiempos de temporada, y no tenían reloj para ver la hora, sino que tenían que madrugar y calculaban la hora cuando cantaba el gallo; pues era costumbre que en cada casa tenían un gallo para que les espantara los malos espíritus con el canto, y si no tenían un gallo, calculaban la hora viendo las estrellas, conocían una estrella que ellos le llamaban "el tamalitero"; para irse a la finca de café, se iban por la calle que conduce a la iglesia del calvario, cerca del cementerio.
Cierto día, Andrés conoció a una joven llamada Cenobia, y siempre que la veía, la enamoraba; pues este señor era bien enamorado y tenía fama de que no se le escapaba chancha con mazorca.
Cenobia vivía en la mitad de la cuesta cerca de la iglesia El Calvario y siempre se veía con Andrés a las dos de la mañana.
Un día lunes como a las dos y media de la madrugada, cuando la luna llena reflejaba la silueta de los árboles y animales trasnochadores, estaban los dos parados uno frente al otro, cuando Andrés vio que dos luces rojas amarillentas, como de antorcha, de unos veinticinco centímetros de alto, se movían de un lado para el otro y poco a poco se iban acercando para donde ellos.
Cenobia no se daba cuenta porque estaba a espaldas de las luces, pero notaba a Andrés que se había quedado paralizado, quieto y helado como un muerto, sin pronunciar ninguna palabra; de pronto Andrés vio que las luces estaban bien cerquita y pegó un grito de espanto; Cenobia se dio vuelta, y un escalofriante frío se apoderó de ella al ver las destellantes luces en su espalda.
Los dos, Andrés y Cenobia horrorizados, con los pelos de punta, con la cara demacrada como que habían visto un muerto, se tomaron de la mano y lanzaron un gran grito desesperante ,corrieron hasta llegar a la pila pública de Yusique sin despedirse salió cada uno para su casa.
Al día siguiente se vieron en la finca y Cenobia le contó a Andrés que en la casa que estaba a la par de donde ella vivía, habían matado al dueño de esa casa y que por eso aparataba y salía a rondar su propiedad.
Desde ese día, Andrés dejo de andar a medianoche rondando las muchachas del barrio.
EL CERRO EL LIMBO
Los bisabuelos y los abuelos les contaban a sus nietos que el cerro El Limbo estaba sostenido en una base con cuatro pilares de oro macizo y que su interior estaba lleno de una gran cantidad de agua.
Cuando la gente caminaba por sus veredas o calles empinadas, ya para llegar al cucurucho, si la gente gritaba o decía malas palabras, el cerro retumbaba en respuesta a las malcriadeces que decía la gente.
Cuando subía algún criminal al cerro, entonces se daban los terremotos y la gente corría con toda la familia a subirse a un cerro con bastante altura para que cuando se rompiera algún pilar de oro que sostenía al limbo, el agua que saliera de su interior, no arrastrara a la gente de Chinameca.
LA HORCA
Cuentan los transportistas de antaño que de La Laguna de El Pacayal y del cerro El Limbo eran carretadas de sacos de café uva que traían para los beneficios de Monte Alegre, el beneficio de Promerca, el de Funes y el de Pacheco, en ese tiempo no utilizaban otro transporte ,solo la carreta tirada por bueyes.
Salían de Chinameca a media noche para llegar a las fincas de café en la madrugada; todo era tranquilo, hasta que un día un carretero preocupado porque se le quebró el timón de la carreta y se le mató un buey en una curva cerca del enganche que conduce a la finca El Rosal y el otro camino que conduce a la finca de Los Marines; el boyero tomó la fatal decisión de subirse a un frondoso árbol de ujuste, tomó un lazo grueso de mezcal e hizo una soga y se la puso en el cuello y se lanzó, ahorcándose inmediatamente , quedando colgado temblando por unos instantes, gimiendo algunas horas hasta que se murió.
Desde entonces los carreteros que pasan por ese lugar sienten gemidos, ruidos, y la respiración agónica de alguna persona.
Los bueyes no quieren pasar, se detienen bruscamente y aunque los puyen varias veces, aunque los maltraten mordiéndoles la cola, los bueyes solo bufan y no pasan hasta que llega la madrugada y el gallo canta anunciando que ya son las cinco de la mañana, hasta entonces los bueyes pasan sin ningún contratiempo.
Los cortadores de café y los carreteros, al llegar a ese lugar, comienzan a persignarse y a rezar un avemaría por el alma del ahorcado que anda en penas y desde entonces el lugar es conocido La Horca.
EL DUENDE
Ya tiempos vivió en Chinameca una señorita bien bonita, cabello largo y rubio, piel blanca, alta y amable con todas las personas.
Un día ella decidió tener novio, y éste la visitaba todas las noches. Ella se sentía feliz; pero al mes de andar con su novio, comenzó a sentir ruidos en el techo de la casa y cuando ella estaba platicando con alguna persona, le tiraban cosas como basura, platos, ropa y tras cosas. Un día hasta la canasta de huevos le tiraron, ya que en su casa hacían pan. La familia la vio triste, nerviosa, bien delgada, a tal grado, que decidieron llevársela para otro lugar donde vivía la demás familia, sin embargo le siguieron sucediendo cosas extrañas, siempre le tiraban cosas. Decidieron ir a la iglesia del pueblo y le comunicaron al sacerdote lo que le sucedía a la señorita, quien les aconsejo ponerle la cuerda de San Francisco. La familia accedió de inmediato y le pusieron en el cuello la cuerda de San Francisco y poco después la trajeron de regreso a Chinameca. Parecía que todo había terminado, pero un día, antes de irse para la escuela, le dijo a la mamá que se le había olvidado la pasta de diente, pero no había terminado de decir las palabras, cuando de inmediato se la apareció la pasta de diente, como si alguien se la había tirado del tejado; la señorita nunca se casó porque siempre la persigue el Duende, y dicen que hasta que se quite el cabello el Duende la dejará en paz.



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